¡Tenemos petróleo!
- Escritorio Emergente
- 17 mar 2019
- 3 Min. de lectura
(Un texto de Françoise Burg)
18 de marzo de 1938, un viernes, si recuerdo bien porque lo escuché en el radio de Doña Lupe, que tenía la tiendita del Barrio Alto como decíamos entonces. Es que Tlahuelilpan se dividía en alto y bajo, no había calles ni nada de eso, solamente caminos y así era en todo Hidalgo, creo. Por ser la hija mayor, siempre me mandaban a comprar huevos cada viernes en la noche para el desayuno de mis hermanos, bueno, a lo que voy es que oí la voz del general Lázaro Cárdenas cuando comunicó la expropiación petrolera. Consistía en la apropiación legal del petróleo que explotaban 17 compañías extranjeras para convertirse en propiedad de los mexicanos, así dijeron. No entendí todo a fondo, pero me pareció justo. Ya era tiempo.
Pensé con una sonrisa que tal vez íbamos a comprar, por fin, otro quinqué, ya que el petróleo era nuestro, ¡gratis pues!, no iba a costar nada llenarlos. La verdad es que , después de las seis de la tarde, un solo quinqué no bastaba para limpiar bien los frijoles ni para que los niños pudieran escribir su tarea en el otro rincón de la cocina. ¡Fue un gran alivio esa buena noticia!
Me puse a investigar para saber más y encontré algo interesante en el diccionario de la escuela. Me lo prestó la maestra Clotilde, ella me ayudó a buscar, porque sí sé leer, pero no soy tan lista con los libros de ese tamaño. Casi me lo aprendí de memoria: el dichoso petróleo se produce en el interior de la Tierra y puede acumularse en trampas, de donde se extrae mediante la perforación de pozos.
¡Ya está! Todos sabemos hacer un hoyo y escarbar: ¡Todos tenemos petróleo!
Es más, ahora el petróleo sacado de nuestra madre patria no pertenecería a nadie más que a los mexicanos, nada de venderlo barato fuera del país como si fuera un puño de cacahuates o dejar que los extranjeros se sirvan lo que quieran como si fueran tamales en la fiesta del pueblo. El petróleo es nuestro y, por lo tanto, hacemos lo que queremos con él.
Y a partir de esa fecha nació Pemex, que quiere decir petróleos mexicanos. Está bien razonado, es como decir Comex, Telmex o Jumex para que entiendan. Un día, hace unos meses, quise explicárselo a mis nietos, pero me vieron con ojos de búho asustado, se fueron haciendo señales con sus dedos en el aire como los sordomudos y me dejaron sola en mi silla, pensando.
Ahora, tampoco sé porque, tantos años después de la expropiación, mi hijo Luis, que es taxista, se puso en la cabeza que el petróleo sí es de los mexicanos pero que Pemex no lo es. Habla de eso todo el tiempo y se enoja con el gobierno. Yo alzo los hombros y no digo nada, ¿para qué discutir cosas que no tienen entendimiento? Si fue el gobierno el que sacó a los extranjeros y nos regresó nuestro bien, deberíamos ser reconocidos. En confianza le digo, no me preocupa mucho, mientras él tenga su gasolina para manejar el taxi y darnos el gasto.
Además, con la modernidad, ya no compramos petróleo ni usamos quinqués, nos colgamos del poste de luz y tenemos focos en los dos cuartos. Hasta podemos planchar los uniformes de mis nietos. No me quejo.
Lo único que me da muina es que muy seguido el Luis se va con unos vecinos a escarbar la tierra con picos y palas, hacen un ruido que lastima la cabeza cuando gritan y hacen fiestas porque regresan como locos con litros y litros del dichoso petróleo. Bien decía el diccionario que se acumulaba en trampas. La verdad, yo no tenía ni idea que se encontraría una tan cerca de la casa.

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