Philbert o "Los motivos del lobo"
- Escritorio Emergente
- 19 ene 2020
- 3 Min. de lectura
Un texto de Filiberto Santiago Rodríguez
Desde que nació, los miedos ya anidaban en su cuerpo. A través del tiempo fue venciendo a todos, hasta que finalmente se quedó con uno, el pavor que sentía a hablar en público era insoportable. Recuerda que en los seis años de primaria no pudo recitar ninguna poesía, pues se quedaba en silencio, eso le sucedió cuando quiso declamar los motivos del lobo y dijo: “El varón que tiene corazón de lis/ Alma de querube, lengua celestial/ el…el…el mini…” y entre lágrimas y las risas de sus compañeros huyó a llorar su fracaso.
En la secundaria no le fue mejor, durante ese trienio escondió su rostro anhelando ser invisible, sospechó que su maestro de música no era ajeno a su secreto cuando lo escuchó decir: Como examen final, cada uno pasará al frente del grupo y cantará una canción. Philbert sintió que el piso se desmoronaba bajo sus pies, cayendo en la densa oscuridad donde habitaban los demonios de la disertación pública. Sudoroso, pálido y con brazos y piernas sacudiéndose como un terremoto se plantó ante sus compañeros y trató de cantar: “Que te deje yo, que va/ si te estoy queriendo tanto/ en tus ojos hay dulzura/ y en tus besos la ternura/ que me llenan de ilusión”. Fue una experiencia alucinante que lo dejó ausente por unos minutos. En la preparatoria siguió anclado a su asiento, sin atreverse a hacer ninguna pregunta ni comentario a sus maestros, menos tomar algún tipo de liderazgo dentro del grupo.
Cuando Philbert tenía 18 años conoció a una chica que dejaría una honda huella en su corazón, era morena, cejas pobladas, labios con sabor a caramelo, unos ojos amorosos color capulín y una voz tersa como el deseo, que envolvió su soledad y su razón. Su intención era vivir con ella, pero no tenía dinero, así que salió a la ciudad a conseguir un trabajo y encontró a la Escuela Superior de Maestros, donde generalmente los profesores de primaria se especializaban en una materia para dar clases en las secundarias. Philbert, a pesar de contar solo con el bachillerato, pidió una oportunidad para asistir a los cursos y formarse como maestro de matemáticas, nunca supo a ciencia cierta porqué lo aceptaron, y se inscribió en la rama que dominaba, sus compañeros de salón lo arroparon, pensaron que traía consigo conocimientos frescos del bachillerato.
Llegó la fecha del examen final y contrario a lo que Philbert creía, la prueba en equipo para el día siguiente era oral. De nueva cuenta percibía que el piso se desmoronaba a sus pies, sintió el pánico recorriendo su cuerpo y pensó que no podría decir una sola palabra frente a sus compañeros. Su equipo al que pertenecía se sentía infalible, pues su participación era garantía para aprobar el examen. Esa noche no pudo dormir, ¿qué voy a hacer mañana? pensaba, ¿y si no me presento a la escuela, reprobaremos todos?, ¿Qué camino debo tomar, huir o enfrentarme a mis temores a costa de lo que sea? Al día siguiente madrugó, se aseó, desayunó tranquilo los chilaquiles rojos que le preparó su mamá, encendió su moto “Islo modelo zorrita” de 125 centímetros cúbicos color naranja y se fue a la Normal de Maestros. Se plantó en la entrada de la escuela con el motor encendido, arrancó y le dio una vuelta a la manzana, después a dos, a tres y finalmente salió huyendo a la orilla de la ciudad. No se detuvo, y en esa pequeña motocicleta siguió rodando su desventura durante 100 kilómetros hasta la población de Nochixtlán.
La timidez hizo su madriguera en el corazón de Philbert, durante su carrera profesional se tenía que tomar sus dos caballitos con tequila cuando hacía una presentación ante sus jefes, o bien cuando tenía que dar cursos de capacitación, afortunadamente nunca lo descubrieron pues habría significado el fin de su carrera laboral.
Después de muchos años llegó la jubilación en el trabajo y creyó que también terminaría la necesidad de hablar en público, sin embargo no quería morirse con ese montón de palabras atoradas en su garganta. Él que tenía tanto que decir, tanto que opinar, se hizo amigo inseparable del silencio. Poco después conoció a un maestro de oratoria y éste le dio técnicas para hablar, pero no para vencer el miedo, y siguió su camino, en ese sendero tropezó con un maestro de teatro y lo invitó a unirse a él, ahora está a punto de debutar en una pastorela y vuelve a sentir ese terror que lo abraza, que lo acaricia y le susurra suavemente que no se presente y recuerda con insistencia el día que huyó en su motocicleta. Quizás se vuelva a repetir ese episodio y tal vez, solo tal vez, no se presente y salga huyendo esta vez para siempre.

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