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NARCISO BUENROSTRO

  • Foto del escritor: Escritorio Emergente
    Escritorio Emergente
  • 27 ago 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 27 ago 2019

(Un texto de Javier Sarmiento Jarquín)

Terminó la marcha, todos se congregaron en el zócalo y comenzó el mítin, de pronto la vio allí parada junto al kiosco, así como le gustaban, de buen ver y mejor tocar, mujer madura entre 40 y 45 años de edad.

Narciso Buenrostro ensayó su mejor sonrisa, se acercó a la dama y le preguntó—“¿Compañera, sabe dónde se reúnen los foráneos?” Penélope volvió la cara y al verlo sintió como si un rayo la hubiera paralizado, su voz, su rostro y ese cuerpo atlético que se dibujaba a través de su playera la impactaron.

Él se dio cuenta de su reacción y enseguida le comentó Hace mucho calor, compañera. Si me permite la invito a tomar un refresco. Ella por un segundo pensó en rechazarlo, pero su cuerpo le dijo que no lo hiciera y aceptó la invitación. Total, no había nada de malo en ir a tomarse un refresco con un compañero de lucha.

Fueron a un bar cercano y no fue uno, sino varios refrescos amargos los que se tomaron entre plática y plática. Después de un rato, él le propuso ir a un lugar más íntimo donde no hubiera tanto ruido para poder seguir charlando. Ella no lo pensó dos veces y aceptó, se fueron a un hotel de paso, ya exprofeso contratado por Narciso. Penélope sabía de antemano lo que pasaría, y pasó. Hacía tanto tiempo que no la halagaban ni la habían hecho sentir tan bien. Su esposo siempre estaba en el trabajo y viajando, ya no le dedicaba tiempo, en fin, “una canita al aire”,como dice el dicho.

Así fueron pasando otras marchas, mítines y plantones. Penélope esperaba con muchas ansias, esos encuentros cósmicos, llenos de fuegos volcánicos y lava ardiente que se desparramaba por sus grietas y abismos.

***

Era un quince de mayo, después de la marcha y el mítin, Narciso se acercó a Penélope y le entregó un sobre amarillo, le pidió que lo abriera y viera su contenido, así lo hizo y ¡Oh, sorpresa! Dentro había fotografías muy comprometedoras de ambos.

¿Qué significa esto?, le preguntó. Él le contestó con su cándida sonrisa: Necesito cien mil pesos. Si no me los das, éstas fotos irían a parar a la oficina de tu esposo. Ella le contestó que no tenía esa cantidad y le cuestionó por qué lo hacía, a lo que cínicamente contestó:

¿De dónde crees que obtengo para mis gustos, mi ropa, perfumes y el coche que tengo? De mujercitas como tú, necesitadas de afecto. ¡Vamos! ¿Que son cien mil pesos para ti? Hagamos un trato, la próxima marcha será en la mixteca el diez y nueve de junio, me llevas el dinero y yo las fotografías y negativos, ¿te parece? Es un buen trato a cambio de tu tranquilidad. Penélope sólo alcanzó a decir que sí. Él desapareció entre la aglomeración de “luchadores sociales”.

Los días pasaron rápido. Penélope solicitó un préstamo rojo al sindicato, empeñó sus alhajas y logró juntar la cantidad acordada. Llegó la fecha acordada. Terminado aquél mitin en el kiosco de la ciudad mixteca, se reunieron, pero ya no con la misma ilusión. Él le preguntó si cumpliría con el trato. Penélope contesto que sí, pero le suplico que no la dejara, que no le importaba el dinero, que para ella él era lo más importante en su vida.

Penélope le dio a Narciso el rollo de billetes a cambio de las fotos y los negativos, pero le pidió regresar a Oaxaca acompañándolo en su coche. Él aceptó complacido de llevarla de compañía. Metió el dinero en la guantera y enfilaron hacia la carretera.

En el transcurso del camino, ella comenzó a acariciarlo por todo el cuerpo, susurrándole al oído que lo extrañaría, se había acostumbrado a su rostro, a su cuerpo y a esa sonrisa angelical de muchacho travieso. Él se sentía en otra galaxia, de pronto Penélope le pidió que se desviara por una brecha al lado de camino. Quería ser suya por última vez. Él aceptó, le excitaba hacerlo al aire libre con el campo como mudo testigo de su conquista.

Desvió el coche, se internó hacía un claro quedando aislados del tránsito vehicular, Narciso reclinó el asiento del copiloto, Penélope se desabrocho la blusa y todo lo demás. Narciso Buenrostro halagado al máximo no se percató en qué momento Penélope sacó de su bolso una daga que hundió en su cuerpo en repetidas ocasiones destrozándole el hígado, el corazón y los pulmones.

Penélope recostó a su amante sobre el asiento, tomó un bote de alcohol que roció sobre el cuerpo y las vestiduras. Sacó de la guantera el dinero y el sobre amarillo, lanzó un cerillo al coche y se hicieron las llamas.

Penélope caminó hacia la carretera. Quizá viviría toda su vida encadenada a los remordimientos, pero ¿a cuántas mujeres habría liberado de los suyos?




 
 
 

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