Mi mamá
- Escritorio Emergente
- 13 may 2019
- 3 Min. de lectura
(Un texto de Lety Altamirano)
Pensar en mi mamá es sonreír con admiración y gratitud, era una mujer menudita, pero de gran carácter y personalidad, creo que le iba muy bien su nombre, Leonila, ya que eso era, una leona cuando había que defender a sus hijos o en general a su familia. Pero también era alegre, sincera, solidaria y se le daba con facilidad hacer amistades.
Ella perdió a su mamá a los trece meses, así que fue criada por su abuelo paterno, Papá Mencho, que la quería mucho y para ello contaba con el auxilio de sus hijas mayores Luz, Goya y Lupe.
Recuerdo a mi madre contándonos historias de su infancia entre risas y lágrimas, siempre expresaba que lo que más le dolía era no acordarse de su mamá que se llamaba Juana García Cienfuegos y que desafortunadamente no tenía ninguna fotografía de mi abuelita. Su abuelo le explicaba que tenía un gran parecido con ella, que le había heredado lo bonita, pero eso no la confortaba, quería conocerla.
Mi mamá contaba que en una ocasión en que se enfermó muy feo, allá en su tierra, en un pueblo del estado de Guerrero; todos los miembros de la familia salieron a trabajar al campo, ella se quedó solita con fiebre, no sabía que enfermedad tenía y especuló que se iba a morir, así que estaba llorando pensando en su mamá: ella no me dejaría sola, me abrazaría y hasta me daría un beso.
Estaba en eso cuando escuchó que entraron a la casa, se oían claramente los pasos de una persona rumbo al cuarto en que se encontraba acostada, era una mujer que le habló por su nombre, le dijo: Nila mi’ja no llores. Te voy a curar, sacó un ungüento y empezó a untarle y sobarle su cuerpecito, aunque no la conocía no le dio miedo, mientras la mujer le decía que debía ser valiente, que su mamá la quería mucho y siempre estaba cuidándola, que no se sintiera sola, que fuera obediente y comedida, pues así sus tías la iban a querer más. Se fue calmando poco a poco y empezó a sentirse mejor, de pronto la señora guardó silencio y le dijo: tengo que irme, no te olvides de mis recomendaciones, le dio un beso en la frente y se fue apresuradamente.
Llegaron sus tías Goya y Luz, entraron luego, luego a ver como estaba y la encontraron acostada, sudando la calentura, el cuarto olía raro le dijeron, ella les contó de la visita que había tenido, les dijo que seguramente saliendo de la casa se habían encontrado a la señora que había ido a curarla. Ellas le respondieron asombradas, que no, que no habían visto a ninguna señora. Leonila cayó en un sueño profundo, para cuando despertó ya se sentía bien. Su tía Goya que siempre le reclamaba que era muy latosa y que al quedar huérfana le había robado el cariño de su papá Mencho, hasta un caldo de pollo le había preparado. Por la descripción que dio de la mujer, su familia concluyó que había sido su mamá quien la había visitado. Creyeron firmemente que la intensidad del dolor de su ausencia, que sufría mi madrecita, había hecho que Dios le diera permiso de venir a la tierra de los vivos, a curar a su única hija.
Mi madre contaba entonces más o menos con siete años de edad, poco a poco fue pasando el tiempo, ya era una adolescente de quince años, cuando salió de su tierra, y aunque siempre buscó en las mujeres de su rumbo a la señora que la curó, nunca más la volvió a ver. El trato de sus tías para con ella mejoró, riéndose nos decía que era porque les había dado miedo a las muy cabronas.
Nos decía que esa experiencia le había enseñado que una madre, en donde esté, siempre estará al pendiente de sus hijos. Y que además cuenta con el permiso de Dios para hacerlo.

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