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Mi amiga Zenaida

  • Foto del escritor: Escritorio Emergente
    Escritorio Emergente
  • 23 sept 2019
  • 6 Min. de lectura

(Un texto de Lety Altamirano)

Cuánto llovía en ese pueblo, casi a diario y abundantemente. La vegetación era exuberante y había un enorme río, que me emocionaba al verlo, su puente era larguísimo, medía como una cuadra. Al lugar llegaban gentes del cerro, así les decían los lugareños. Las mujeres de largas trenzas vestían hermosos huipiles de vistosos colores, los hombres usaban sombrero, machete y calzaban botas de hule, llevaban bestias de carga para transportar los productos que compraban. Costaba trabajo comunicarse con ellos porque hablaban chinanteco, la lengua indígena de la región.

Mis papás rentaron la mitad de la casa de Zenaida, los cuartos eran grandes, de techo alto, decían que los habían construido así para que no se sintiera tanto el calor; la otra mitad la ocupaba la dueña, una señora que no se había casado y vivía sola, morena, de cabello largo, chaparrita, regordeta, de padres indígenas, fue adoptada por un matrimonio adinerado que no podía tener hijos, sus papás le heredaron esa casa y como era tan grande decidió rentar una parte. Era una persona sencilla, le gustaba ir al rio a lavar, decía que en las piedras se despercudía mejor la ropa. Cuando regresaba caminando con el montón de ropa que cargaba en la cabeza, llegaba cansada y con hambre, prendía el fogón de leña, calentaba los frijoles, echaba a las brasas algunos tepejilotes para que se asaran, con ellos se hacía unos tacos de tortilla de yuca, les echaba salsa de chile mora, mientras comía sudaba abundantemente por lo picoso de la comida. También asaba plátanos machos que cortaba de la penca que colgaba en medio de su cocina. Para no comer sola me invitaba a mí y a mi hermano de cuatro años. Zenaida tenía un timbre de voz fuerte y una risa que se oía de esquina a esquina. A veces bromeaba, le gustaba presumir que Checo, mi hermanito, era su novio, delante de sus amistades preguntaba: ¿Cuándo nos vamos a casar novio? Él muy serio respondía que se casarían en “abril de mayo”. Lo que producía en ella una sonora carcajada.

Cuando empezaba a oscurecer enrollaba una hoja de tabaco y la fumaba, se acostaba en la hamaca que colgaba en el corredor de la casa que daba a la calle. Saludaba a la gente que regresaba del río, unas veces en chinanteco, otras veces en español. Yo le preguntaba: ¿por qué fumas eso que huele muy fuerte, que hasta duele la cabeza?, me contestaba que era para espantar a los zancudos, le creía porque ¡sí que había muchos de esos insectos en el lugar! Siempre me picoteaban de lo lindo, haciéndome unas enormes ronchas que me escoriaban la piel.

Zenaida no era envidiosa, le enseñaba a mi mamá las recetas para preparar algunos platillos del lugar: como la salsa frita de chile mora o las empanaditas de plátano macho rellenas de queso, que me encantaban, los tamales llamados belices, por su gran tamaño; en ocasiones también la ayudaba a lavar la ropa o a cuidar a mis hermanos pequeños. No le gustaba para nada, el escándalo que a veces hacíamos antes de dormir; saltábamos en los catres de yute, en una ocasión en que estaba de lo más divertido el juego, apareció en el quicio de la puerta de la recamara, una mujer vestida toda de negro, con su cabello largo suelto y una mantilla también negra, que le tapaba la cara, cuando la vimos, todos nos paralizamos del miedo, nos ordenó con una voz cavernosa, que nos durmiéramos rápido, pues si no lo hacíamos se iba a llevar a uno de nosotros. Dicho eso, se dio la media vuelta y se fue. Nos asustó muchísimo, mi mamá nos dijo: No quiero que la aparición se lleve a alguno de ustedes, hagan caso ¡duérmanse!, ni tardos ni perezosos lo hicimos. Al otro día, preguntamos a Zenaida si ella sabía de algo de esa aparición, nos contó que cuando eran niños ella y sus hermanos, se había llevado al más desobediente de ellos, que sus papás nada pudieron hacer, pues era un ser demoniaco que no soportaba a los niños latosos y gritones. Quedamos horrorizados, nos propusimos no hacer ruido antes de dormir, pero a veces nos ganaban las ganas de jugar y esa escena se repitió las veces que fue necesario a lo largo de seis años…Lo que no sabíamos era que mi mamá y Zenaida se ponían de acuerdo para actuar el numerito, ella era la que se disfrazaba para asustarnos. De eso nos enteramos años después de que nos habíamos ido de Valle Nacional.

Zenaida era mi amiga, pero en ocasiones se disgustaba, porque en mis juegos cortaba algunas de las plantas de su jardín, cuando iban mis amigas Cusi y Chabela a jugar a la comidita, nos gustaba cortar los moquitos rojos de una planta, los usábamos como chorizo, unas hojas pintitas eran las tortillas, los pétalos en pedacitos de las gardenias eran el arroz, Zena nos decía que parecíamos hormigas arrieras, nos acusaba con mi mamá, quien me regañaba y me prohibía invitar a mis amigas para otra ocasión. Entonces enojada, cortaba más flores, e inmediatamente se las iba a tirar en la puerta de su cocina. Zenaida dolida decía que era mucha la grosería que le hacía, por lo que dejaba de hablarme. Pero después de unos días la buscaba para preguntarle si quería que la acompañara a lavar al río, me decía que sí y volvíamos a ser tan amigas como siempre, mientras ella lavaba, yo nadaba cerquita para que no me perdiera de vista. Por eso mi mamá en sus posteriores pleitos ya no nos hacía caso.

Zenaida tenía un enamorado, Cheverito, un señor igual de chaparrito que ella, decía que era originario de la Sierra Juárez. Se mantenía cargando latas de agua limpia que acarreaba del río, las familias se las compraban, pues entonces no había agua entubada en el pueblo. Era muy platicón y aunque le gustaba la copa era muy educado, un gran amigo de nosotros los niños. Cuando pasaba enfrente de la casa y Zena se encontraba recostada en su hamaca, le decía con su voz aguardentosa: Zenaidaaa, Zena bonitaa ¿quieres casarte conmigo? Ella indignada se enfurecía, entonces con un palo en la mano le respondía: Borracho cochino, apestoso, te voy a partir la cabeza con este palo si no te callas y te vas. También le decía palabras en chinanteco que sonaban a groserías, Cheverito corriendo ponía distancia de por medio. Mientras mi mamá se reía a más no poder mis hermanos y yo le pedíamos a Zenaida que le hiciera caso al borrachito. Pensábamos que era un buen hombre, que le convenía para marido. Mi mamá en las tardes en que no paraba de llover si veía a Cheverito rondando la casa con la intención de ver a Zenaida, lo invitaba a tomar una taza de café con galletas de animalitos, él aceptaba, se sentaba en un banquito rodeado por nosotros, los traviesos. Nos contaba con lágrimas en los ojos que cuando fue joven conoció a la familia de Don Benito Juárez, que se había enamorado de una de sus sobrinas, la señorita Elena, ella le correspondió, pero no los dejaron casarse, ese fue el motivo de que huyera de su tierra y por la pena, se echara algunas copas diariamente, ¡nos conmovía con sus historias! Zenaida, si se daba cuenta que ahí se encontraba Cheverito, se asomaba por la cocina y sin más, empezaba a regañar al señor, lo corría de la casa, pero todos nosotros salíamos en su defensa. Mi mamá conciliaba a las partes ofreciendo más café y galletas. Zenaida se mantenía haciendo guardia con palo en mano hasta que el infeliz se iba. De verdad, que el pobre de Cheverito no tenía suerte con las mujeres de las que se enamoraba.

Pasaron los años, Checo ya no quiso seguir siendo el novio de Zenaida y Cheverito un buen día se fue del pueblo, a mi papá lo cambiaron de lugar de trabajo, nos tuvimos que ir, le pedimos a Zenaida que se fuera con nosotros, por supuesto, no aceptó, era una mujer de firmes raíces, y decía que no podría vivir en otro lugar que no fuera su casa, lloró mucho cuando nos despidió, la íbamos a extrañar y la recordaríamos por siempre.




 
 
 

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1 Comment


Conchita Ramírez de Aguilar
Conchita Ramírez de Aguilar
Sep 24, 2019

Muy lindo relato Leti, me transportaste a ese lugar. Felicidades.

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