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Las baterías de Octavia

  • Foto del escritor: Escritorio Emergente
    Escritorio Emergente
  • 23 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

(Un texto de Filiberto Santiago Rodríguez)

-Deje sus papeles, nosotros le avisamos.

Ella, inclinó la cabeza avergonzada y musitó:

-Gracias, ojalá sea pronto.

Ella tenía más de un mes machacando el suelo caliente de las calles, había soportado cientos de ojos escrutadores, estaba agotada de preparar decenas de solicitudes de empleo y el trabajo no llegaba. Estaba convencida que no era buena para la escuela, había terminado la primaria y la secundaria con promedio de siete y al susurro del primer amor, abandonó la preparatoria.

-Y todo por seguir al estúpido que me embarazó- musitó, adosando un sollozo.

Octavia hizo memoria sobre lo desdichada que se sintió y aún retiene en su inventario los amaneceres llenos de dolor. Lloró por haber dejado la escuela, lloró porque su hombre, hecho para la pasión, la abandonó; lloró porque a las seis semanas perdió a su bebé, lloró porque sus padres la echaron a la calle cuando supieron que estaba “ panzas” y ahora llora porque no encuentra donde colocarse.

Cuando le sobraban algunas monedas compraba el periódico y devoraba los anuncios del “aviso oportuno”. Un día de esos creyó estar de suerte cuando leyó: Se solicita agentes de ventas/ sexo indistinto/ de dieciocho a cuarenta años/ escolaridad mínima: secundaria/ facilidad de palabra y conocimiento de la ciudad.

Se apresuró a llegar al lugar, donde estaba segura, le resolverían todos sus problemas económicos, pero se desconsoló al mirar que había una veintena de personas esperando la entrevista. Después de un largo tiempo la llamaron por su nombre y se plantó frente al “gerente”.

-¿Tu nombre es Octavia?

-Para servirle, señor- le contestó.

-Mira, Octavia, necesitamos vendedores de baterías de cocina.

- ¡Ah!- respondió desconcertada.

-Nosotros vendemos en abonos, y por cada batería que coloques pides un adelanto de cincuenta pesos, ese dinero será tu comisión. De los cobros posteriores se encargará el abonero- dijo con una voz que trataba de ser convincente.

-Me parece bien- afirmó Octavia.

-Además, esto de las ventas es muy productivo, sólo tienes que convencer a las señoras. ¿Te imaginas que lograras vender diez baterías por cada salida? Ganarías quinientos pesotes diarios.

Ella ya estaba ilusionada, claro que vendería baterías, pero no diez, sino quince y tal vez hasta veinte.

-Solo consigue un aval que firme por el importe de las baterías que te lleves, y después te enseñaremos las piezas y para qué sirve cada una de ellas- le ordenó el gerente.

Tres días después ya estaba conformado un grupo de ocho vendedores, liderados por un joven de traje azul marino y una corbata roja. El “diablo” que llevaba cada vendedor ayudaba a transportar las baterías. Algunos llevaban dos, otros cuatro, los más audaces seis y Octavía diez.

Llegaron a una colonia de la periferia de la ciudad, el líder dio la orden de ataque y todos en montón corrieron a tocar las puertas de las casas. Con su potencial cliente, Octavia colocó en el piso de tierra todos los utensilios de la batería:

-Mire, señito. La batería tiene dos ollas y dos sartenes de diferentes tamaños.

Su clienta parecía interesada.

-Además trae una olla de presión, un cazo, una olla vaporera y una cacerola- insistía Octavia, -en total son ocho piezas por tan sólo cincuenta pesos de enganche.

-Pero ¿cuánto voy a pagar cada mes?- inquirió la señora.

-Una cantidad muy pequeña, sólo en abonos se puede uno hacer de sus cositas, o dígame si no, -recalcó Octavia.

Así estuvo durante un buen tiempo tratando de convencerla para que comprara la batería, hasta que se dio por vencida y corrió a otra casa, y después a otra y a muchas más. Gastó palabras, gastó saliva, gastó fuerzas y no vendió nada.

Eran las cinco de la tarde, el hambre lastimaba sus estómagos vacíos, la sed se hacía visible en sus labios blancos y resecos, sus pies cansados arrastraban el polvo del desaliento.

-Es que tienen que ser perseverantes- sostuvo el gerente al regreso de sus ovejas. -Hoy no vendieron nada, pero no todos los días son iguales. A ver repitan conmigo: “Yo decreto que mi mente es muy poderosa y que mañana venderé lo que hoy no vendí”.

Para Octavia no hubo un mañana en el arte de vender, sus necesidades la redujeron al silencio, sus ojos nublados miran el camino que la lleva de regreso a la casa de sus padres, deseando que no la arrojen de nuevo a la calle.




 
 
 

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