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La paciente

  • Foto del escritor: Escritorio Emergente
    Escritorio Emergente
  • 8 ene 2020
  • 2 Min. de lectura

Un texto de Javier Sarmiento Jarquín


Voy a contarles esta historia, que sucedió hace muchos años, durante mi práctica médica como cirujano del Hospital Suburbano en Pinotepa Nacional, Oaxaca.

Cuando llegué a este hospital, me encontré en la bodega del mismo, un cuadro con la imagen de “Jesús Médico”, la que tomé y le pedí a la intendente, Doña Eloísa (Locha como cariñosamente le llamábamos) que le quitara las telarañas y lo limpiara muy bien. Cuando ya estuvo listo, colgué el cuadro en el quirófano a la cabecera de la mesa de operaciones.

Una paciente humilde, originaria de la población de Ixcapa, madre de cuatro niños, sufría de sangrado transvaginal, el diagnóstico, miomatosis uterina. Había que intervenirla quirúrgicamente y quitarle la matriz. La cirugía se programó para ese mismo día. Antes de entrar al quirófano, su esposo con sus niños se acercaron a mí. Él me pidió con lágrimas en los ojos, que salvara a su esposa, porque si ella moría ¿qué haría él con sus pequeños? Le contesté que no se preocupara, que pondría todo mi empeño para que la cirugía llegara a buen término.

Practiqué una incisión media infraumbilical, al estar ya con la cavidad abdominal abierta encontré que tenía muchas adherencias (tejido como si fuera una telaraña) en la parte inferior sobre sobre la matriz y los ovarios. Esas adherencias eran secundarias a los procesos inflamatorios y dificultaban la disección de los tejidos. Llegó un momento que no sabía como abordar la situación, sin correr el riesgo de dañar los uréteres y las arterias uterinas y causarle un problema mayor a la paciente.

Dentro de la sala de operaciones, estaba la imagen de Jesús Médico a quien mire y le pedí con toda mi alma que me ayudara, que no permitiera que por mi incapacidad se fuera a morir la paciente. Entonces sentí qué mi cerebro entraba en un estado de sopor. Mis manos empezaron a moverse, haciendo el proceso quirúrgico, retire la matriz sin ningún contratiempo y cerré la pared abdominal dando por terminada la cirugía.

Mis ayudantes manifestaron que me quedé callado, solo hablaba para pedir el instrumental que iba ocupando, como si estuviera ausente. Terminé la cirugía como si literalmente hubiese despertado de un sueño. Comprendí cabalmente que yo no operé a la paciente, solo fui un instrumento de ese ser superior que realizó todo a través de mis manos. Tras la intervención, la paciente se recupero favorablemente y fue dada de alta del hospital.

A los quince días la señora con su esposo y sus niños llegaron a darme las gracias y como una muestra de su agradecimiento me regalaron cuatro servilletas bordadas por las propias manos de la paciente. Desde el fondo de mi pensamiento yo fui el agradecido con ese ser superior que me salvo de mi impericia.



 
 
 

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