La esposa del Jefe
- Escritorio Emergente
- 8 mar 2019
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(Un texto de Lety Altamirano)
Corría la década de los 60’s y se acercaban las elecciones para presidente municipal. En el pueblo había gran efervescencia política, las familias oligárquicas querían imponer como siempre a su candidato, pero no contaban con que, en esta ocasión por primera vez habría un contendiente opositor, pues la población se había organizado y tenían a su candidato que los representaba; una de las pocas mujeres que lo apoyaba abiertamente era la esposa del Jefe de Zona Ejidal de la Reforma Agraria, mi madre.
A mi mamá muy pocas personas le llamaban Leonila, que era su nombre de pila, mi papá le decía Chata, y los demás la conocían como Doña Leo, “La esposa del jefe”. Era una mujer muy joven, contaba más o menos con veintinueve años de edad, chaparrita, de piel blanca y unos ojos cafés claros, madre de cinco niños, de carácter alegre, con una sonrisa franca, cordial en su trato. Mi mamá era muy estimada por muchos de los habitantes, quiénes recurrían a ella para que los inyectara cuando Don Pilo, el boticario del pueblo, así se los indicaba. Cuando no tenían dinero para pagarle ella les decía que no había problema, que no se preocuparan. Así que la gente regresaba con fruta, tortilla de yuca o tepejilote que sabían que le gustaba comer. Ella recibía con agrado esos obsequios.
Los del partido de oposición recurrieron a ella para pedirle su apoyo debido a la simpatía que tenía entre los del pueblo. Tenía un carácter decidido y hablaba bien, decían, pero mi papá no estaba muy de acuerdo con que participara en la política ya que él estaba en el bando contrario, pues siendo una autoridad ejidal se llevaba y reunía con el Presidente Municipal en turno, el Presidente del Comisariado Ejidal y el Presidente del consejo de Vigilancia, además de el sacerdote, los comerciantes ricos y los directores de las escuelas (pues todas tenían parcela escolar). En una ocasión en que discutían al respecto escuché decirle: “Chata me estás metiendo en problemas, ya me dijeron que debo hablar contigo para que dejes de colaborar con los revoltosos”, a lo que mi mamá le respondió: “¡A la chingada con lo que dicen tus amigos, porque los míos están muy contentos de que participe con ellos, y yo también! Me buscaron porque confían en mí y nos los voy a abandonar”. Así que no desistió en su trabajo proselitista, cada vez que iba alguien a inyectarse aprovechaba para hablarle de las cualidades de Don Cirilo, su candidato.
Faltando dos días para las elecciones llegaron a avisarle a mi mamá que los policías, con lujo de violencia se habían llevado a Don Cirilo detenido, sin que hubiera un motivo justificado. Ni tarda ni perezosa dijo que se avisara a todos los partidarios para que se reunieran en el parque frente a la cárcel, que era sólo un cuarto con reja que daba a la calle. A sus hijos nos encargó con Zenaida, la persona que siempre nos cuidaba y se fue con mi hermanito Miguel en brazos, acompañada de Chepa, la hermana de nuestra cuidadora, y de otras señoras a pelear para que dejaran libre a su candidato. Mi papá se había ido a trabajar, cuando regresó ya casi para anochecer, preguntó por su esposa y Zenaida le contó todo. Mi papá después de pensarlo un poco, le pidió que preparara café y les llevara a todos los que estaban con su Chata plantados frente al municipio.
Los partidarios de Don Cirilo armaron tal revuelo que lograron que lo dejaran libre en la madrugada del otro día. Al realizarse las elecciones el candidato de mi mamá ganó por amplia ventaja. Los ricos del pueblo estaban disgustados con este triunfo, pero no les quedó de otra que aceptarlo. Mi papá tuvo que escuchar algunos comentarios de sus amigos a la hora en que se reunían en el billar a jugar dominó. Decían que mi mamá era muy valiente y que si no hubiera sido por ella no hubieran ganado los del grupo contrario, mi papá respondía diciendo que era cierto, que su esposa además de guapa era de armas tomar, que ninguno de ellos tenía el privilegio de tener una mujer como ella. Con esta respuesta les callaba el pico (así decía él), por si querían expresar algo negativo de ella, o burlarse de él. Y sí, la “esposa del jefe” después de las elecciones en que ganó su candidato, fue aún más conocida en el lugar y vista con otros ojos por los ricos del pueblo, le tenían admiración y cuidado.
Muchas veces me pregunté por qué mi papá no le impidió hacerlo, más bien se notaba que en cierta forma le enorgullecía su actuar. Creo que estaba muy enamorado y la admiraba por el carácter que tenía. La respetaba en sus decisiones. La verdad es que en esos años no era muy común que las mujeres participaran en este tipo de actividades, y menos en un pueblo en donde los que mandaban eran los hombres, y en su mayoría hombres de a caballo y con machete.

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