FLOR DE ARETE
- Escritorio Emergente
- 11 jul 2020
- 3 Min. de lectura
-Un texto de Filiberto Santiago Rodríguez-
La penumbra de una recámara solitaria cobija el cuerpo endeble de Carmen. Su torso está cubierto de sudor. Los resortes del colchón duro y viejo aumentan los dolores de su organismo enfermo. Ella sostiene una imagen de San Judas Tadeo, Santo de las causas difíciles y desesperadas que sus dos hijas y su esposo le colocaron sobre las manos. En la cabecera de la cama se encuentran enganchados los cuadros bendecidos de la virgen de Guadalupe, de la Soledad y de Juquila, sin faltar el crucifijo chorreante de sangre tallado en madera de pino. En los extremos del improvisado altar se colocaron veladoras. Es ahí donde la familia pide un milagro para que recupere la salud.
Carmen empezó a perder peso y a debilitarse, porque todo lo que comía lo vomitaba junto con los cólicos que le apachurraban el estómago. Por esta razón llamaron a Doña Pachita -hechicera y curandera del pueblo- quien con gran seguridad afirmó:
-¡Carmen! te han hecho una brujería con magia negra, pero no te preocupes que yo te voy a curar- dijo animándola.
-Todavía no puedo morirme- respondió en voz baja Carmen, y agregó: -No quiero dejar solas a mis hijas ni a mi marido.
-No tengas cuidado, te voy a hacer “una limpia” diaria durante siete días.
Y dirigiendo una mirada severa a las jovencitas les ordenó:
-Voy a necesitar que me consigan dos huevos criollos y una gallina negra todos los días, de lo demás me encargo yo.
Pasó más de una semana y nada cambió, los males se habían apersonado en el cuerpo de la enferma, por lo que decidieron despedir a Doña Pachita y llamaron a Doña Cata, mujer sabia en el conocimiento de las yerbas y quien tenía gran fama en la región. Ella estaba de acuerdo en que la enfermedad era producto de una brujería hecha por algún enemigo de la familia. Según su experiencia, el tratamiento sería a base de la planta “flor de arete”, por lo que rodeó la cama de la enferma con varias macetas, luego con las hojas secas de este vegetal, elaboró un té que Carmen debía tomar como agua de tiempo; enseguida machacó las hojas verdes para hacer un revoltijo que embadurnó en el vientre de la doliente. Después de un tiempo, la enfermedad no cedía.
-Es que no tienen fe- decían sus vecinos.
-Mejor llamen al doctor- musitaban otros.
-El doctor cobra mucho y no sabe nada- mascullaban las hijas.
El señor cura también se hizo presente, no se sabe a ciencia cierta si era para enfrentarse a los hechizos, para interceder ante el señor Dios por su salud o para encaminarla al otro mundo.
Una mujer del pueblo le sugirió a Carmen:
-¿Por qué no te cambias de religión?
-¡Qué has dicho, insensata!- replicó molesta.
-Es que dicen que ahí hacen milagros.
-Pues aunque los hicieran. Si voy, mi alma se condenaría para siempre- aseveró decidida. -Antes prefiero morirme- musitó con una mirada líquida.
Carmen cerró los ojos, recordó esa etapa de su vida en donde era feliz al lado de sus padres y de su hermano Felipe; donde lo más importante eran los juegos. Unos años después se quedó sola, pues su compañero de travesuras se fue del pueblo. Más tarde se casó y sintió que al tener a sus dos hijas había vuelto a renacer en ellas, eran sus tesoros.
-Háblale a mi hermano Felipe a la capital y cuéntale cómo estoy- le dijo a su esposo.
-Está bien- contestó inclinando la cabeza.
Tres días después se presentó Felipe, al ver a su hermana tan demacrada preguntó sobre el diagnóstico que había dado el médico.
-No ha venido ningún doctor- le informaron.
-¡Qué dicen! ¿Entonces cómo quieren que se cure?- dijo Felipe levantando la voz.
- Es que no le tenemos fe a ningún doctor, cobran re’caro y no’mas nos engañan- rezongaron las hijas. -Además el médico no cura la brujería que tiene mi mamá.
-¡Que brujería ni que la fregada!- gritó colérico. -Voy por un médico- y salió, azotando la puerta.
Al fin llegó con el médico, quien después de auscultarla con minuciosidad llevó a Felipe al patio. Con un suspiro y un movimiento negativo de cabeza, le dijo:
-Ya es demasiado tarde, no puedo hacer nada por ella.
Felipe se encaminó cabizbajo hacia el cuartucho donde estaba su hermana Carmen esperando la muerte, cobijada por los santos de su devoción.

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