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Común como las margaritas

  • Foto del escritor: Escritorio Emergente
    Escritorio Emergente
  • 11 jun 2020
  • 1 Min. de lectura

(Un texto de Petra)

Te llaman San Pablo, arrugan la nariz cuando te nombran, porque tus hojas hoscas protegen tu hermosura color lila. Creces erguido, retando el desprecio de la gente. Naces silvestre, nadie te cuida, nadie te planta. Altivo, apuntas directo al cielo. Danzas al compás del canto de los clarines y gorriones y del viento suave que sube desde el mar. Los colibríes y otras criaturas juegan en tus múltiples brazos. Cada una de tus puntas se asemeja un horrible gusano de cien pies, ¿horrible? ¿Quién puede decirle a una criatura que es horrible? Horribles son muchos actos tolerados y hartos humanos: los violadores, los asesinos, los que roban, los que traicionan, los que engañan, también aquellos otros, los que no perdonan y condenan desde su moral hipócrita. Tú, en tu terquedad, los miras compasivo, regalas tu belleza y tus mieles a los libadores de mil colores y variadas formas; los ahuates de tus hojas tienen piedad de ellos, criaturas, semejantes tuyos. Solo los ciegos de tanto verte no te aprecian. Los que te conocen por primera vez, detiene su vista con curiosidad. Ya que a fuerza del desprecio eres desconfiada, primero no permites que te toquen, después eres generosa. Los desconocidos sí te aprecian, te admiran, te sacan fotos y luego, respetuosos, toman las estrellas tersas, lilas, que esparces en la tierra como graciosos presentes a su estima.



 
 
 

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