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Como paja

  • Foto del escritor: Escritorio Emergente
    Escritorio Emergente
  • 19 mar 2020
  • 2 Min. de lectura

(Un texto de Conchita Ramírez de Aguilar)

Aquí está un muerto, pesado como el hierro, liviano como la paja. Vamos a levantarlo. En nuestra época de secundaria, con esas palabras iniciábamos un juego que frecuentemente practicábamos y consistía en lo siguiente:

Una compañera se acostaba en el suelo con los ojos cerrados para ser “el muertito”. No todas eran candidatas. Era necesario ajustarse a ciertas características, como no ser muy gordita, y la más importante: permanecer seria durante el proceso para evitar que se rompiera la concentración del resto. Enseguida, a cada costado de ella se hincaban dos compañeras, colocando los dedos índices y medios debajo de la elegida, entre su media espalda y su cadera, para llevar a cabo el levantamiento.

Se pedía absoluto silencio entre todas las ahí reunidas para que las cuatro participantes que iban a levantar, con los ojos cerrados y en absoluta concentración, comenzaran a decir en coro: aquí está un muerto, pesado como el hierro, liviano como la paja. Vamos a levantarlo. En el salón solo se oía el respirar de todas las que esperábamos con ansia que el proceso pudiera llevarse a cabo. La mayor parte de los intentos eran fallidos, ya fuera porque “el muertito” se reía o porque alguna de las otras compañeras no se concentraba lo suficiente.

Procurábamos que en la puerta del salón siempre hubiera una compañera encargada de vigilar que no se apareciera la maestra y nos encontrara jugando. En una ocasión, las participantes se concentraron de tal forma que empezaron a levantar a la elegida lo suficiente para empezar a ponerse de pie con ella, pero de repente la puerta del salón se abrió y al ver la escena, la maestra preguntó qué estaba pasando, lo que hizo que las compañeras soltaran al “muertito” y pácatelas, al suelo. Todas volteamos a ver a la maestra compungidas, mientras escuchábamos las siguientes palabras: ¿Quién les enseñó eso? Están jugando con fuerzas sobrenaturales, sus padres se van a enterar, nos vemos en la Dirección.

Cuando la maestra salió todas volteamos a ver muy enojadas a la compañera encargada de vigilar la puerta. Mientras la regañábamos, solo atinó a decir que estaba muy emocionada porque ya estábamos logrando ponernos de pie con “el muertito. Fue entonces que soltamos las carcajadas retenidas por tanto tiempo. Entonces nos acordamos de nuestro “muertito” que todavía estaba en el suelo. Al levantarse, entre asustada por la aparición de la maestra y enojada con nosotras por haberla olvidado, nos dijo: ¿por qué me dejaron caer, creen que no me dolió?, no vuelvo a jugar con ustedes, lo juro. Después comenzó a reírse y nos abrazamos todas.

Nuestra alegría nos hizo olvidar que seguramente cuando llamaran a nuestros padres íbamos a recibir regaños y probablemente algún castigo, pero eso no impidió que nos felicitáramos por haber logrado, después de muchos intentos, levantar tan alto a nuestra amiga por primera vez.

Nunca más nuestro “muertito” volvió a pesar como la paja.




 
 
 

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